Creyó la flor que la cáscara era su piel. Hasta que, un día, desafiando sus límites y barreras, empujó la cáscara, eclosionó y se atrevió a brotar.
Sintió que su piel era la tierra, oscura y húmeda. Pero algo dentro de su alma la impulsó a ascender, a emerger con todas sus fuerzas. Y algo se quebró, creyó morir, creyó ser ella misma rompiéndose. Pero no era ella, era su antigua forma, era la tierra abriendo paso, la vida misma dándose a luz; eran las puertas del subsuelo del alma dejando entrever el sol asomado en el umbral de su, hasta ahora, único mundo conocido.
Y sintió el beso del Sol en su piel, y su alma se inflamó de Amor por el Sol.
Sintió cómo le brotaban hojas, como alas del cielo ancladas a la tierra.
Y se dejó arrullar por el abrazo maternal de la Luna, las caricias del viento meciendo su ser, sus raíces entretejidas nutriéndose de su eterno universo interno.
De ella brotaron unos pétalos, uno a uno, hasta florecerse a sí misma.
Aquella flor que se supo raíz, semilla, cielo y tierra, liberó el amanecer que de ella surgía y expandió su fragancia única al infinito.
Y fue entonces, cuando la Primavera nació.
≈ Ada Luz Márquez ≈