Bailarle a la Vida
sin miedo a caer,
porque caer significa adentrarse
en los brazos de la profundidad.
Cantar bien alto,
elevando la voz Universal,
entonando el canto compartido,
sin voz que me rompa,
sin silencio que me estalle,
con mi propia Vida
como grito de Revolución.
Así, la soledad
nunca se sentirá sola...
Acariciar entre alfileres,
sin más sangre que derramar,
sin lucha,
sin espanto,
sin excusas,
hasta que ya no quede
nada más que piel,
nada más que el vértigo de Amar,
tan sólo el Amor primigenio del Mundo,
el que contiene sangre de parto
y no de metralla y arsenal,
el que llora liberación
y no egos ni apegos,
el que trae el abrazo sincero,
no el de conveniencia o puñal.
El que baila al son de los truenos,
sin lluvia que pueda borrar las huellas,
sin dolor que logre desvanecer la risa.
Amar incluso a la Muerte,
porque ella alberga los secretos
de esta efímera existencia,
porque ella abriga la memoria
de mis sagradas raíces
y se llevará consigo
todo lo que hoy amo...
Porque ella me recibirá
con su abrazo blanco
cuando mi paso aquí
algún día se apague.
Amar, Amar....
y luego morir sabiendo
que he amado todo a mi paso,
y aún todavía más,
aunque el paso, a veces,
no me haya amado a mí.
¡Y qué importa eso!
Mis ojos se tejieron
con retales de piel y plumas
y ahora acarician el Mundo
textura a textura,
mientras miran,
mientras lloran,
mientras vuelan
y se encienden
sin necesidad de mecha.
( Ada Luz Márquez )
El Amor no pide ni exige, no acusa ni juzga. El Amor se da … y vuelve.
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