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- En esos días urge ir a hablar con la tierra. Cada día que se hizo noche en mí, caminaron mis pies descalzos rumbo a la tierra y fui a hablar con ella. Hablé como mis labios pronuncian el nombre de mi madre, de mi hija, de mi abuela. Hablé a la Tierra como si ambas fuéramos recién nacidas de la existencia, y mis brazos son su arrullo, y mi ser se siente una raíz de su árbol, una estrella más de su cielo, una célula más de su placenta primigenia. Hablé a la tierra como hija de sus adentros, como brote de conciencia nacido del mismo árbol Madre que acoge a todo cuanto siente. Hablé con la tierra y ella transformó el eco de mi voz en medicina para mi alma. Y fui agua que se abandonó al mar del sentir ... Y sentí la piel de la tierra en mi piel recién nacida, sentí cómo me arropaba los pasos, cómo me sanaba a cada tropiezo, cómo me impulsaba en cada avance, cómo el viento secaba mis lágrimas, cómo las flores danzaban a mi alrededor en sintonía el eterno baile de la vida, cómo los pájaros orquestaban la eterna melodía universal. Sentí a mi alma latir en el corazón de la tierra ... Y fui piel de la piedra, fuego de mi hoguera, vida corriendo por mis venas. Sentí que ya no era mi voz la que hablaba con la tierra, que ya no eran mis manos las que acariciaban, que ya no eran mis pies los que la caminaban. Ya no era el "yo", sino todos los pronombres. Y ese amor que brotaba en mi alma ya no era mío, ya era libre, y se repotenciaba a medida que se liberaba.
En esos días de niebla en el alma, urge hablar con la tierra, agradecerla; urge amarla... para comprender que estamos hechos de raíces y estrellas, que somos poesía en llamas, que somos Tierra. Para comprender cuánto nos escucha la tierra, nuestra voz, pensamientos y sentimientos, y cuánto sana su corazón cuando sanamos el nuestro.
(Ada Luz Márquez)
-- Hermana Águila --
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